
En los montes de Mendizorrotz, entre Donostia, Orio y Usurbil, sobrevive una criatura diminuta que se ha convertido en un emblema de la biodiversidad vasca: la ranita meridional (Hyla meridionalis), conocida popularmente en Euskadi como la ranita de Igueldo. Este anfibio de apenas 4-5 centímetros es único en España por su distribución tan septentrional, ya que su población más estable y visible se localiza en un enclave muy concreto de Gipuzkoa. En el resto de la Península Ibérica, esta especie no consigue establecerse debido a las diferencias climáticas y de hábitat.
Un microclima que le da vida
Originaria del norte de África, la ranita meridional encontró en la cornisa cantábrica vasca un verdadero refugio natural. El clima templado y húmedo, junto con la presencia de charcas temporales en praderas y bosques aún sin urbanizar, ofrece las condiciones perfectas para su delicado ciclo vital: la puesta de huevos en primavera en aguas tranquilas, la metamorfosis a renacuajo y su vida adulta, alternando entre el agua y la tierra.
Las agresiones al entorno, la urbanización creciente y la contaminación de humedales han colocado a esta especie en una situación crítica. Hoy en día, los biólogos advierten que su supervivencia está estrechamente ligada a la conservación de estos pocos rincones intactos de Gipuzkoa.
Un canto único
Como curiosidad, su canto, similar a un clic metálico repetitivo, puede escucharse a varios metros durante las noches de primavera, convirtiéndose en una banda sonora natural de los montes vascos para quienes saben escuchar.
Los expertos insisten en la importancia de proteger tanto su hábitat natural como en fomentar la concienciación ciudadana. La ranita de Igueldo no solo representa la riqueza biológica del País Vasco, sino también la fragilidad de sus ecosistemas ante las presiones humanas.