
José Manuel Gabantxo es un hombre que respira mar por los cuatro costados. No solo por haber nacido y vivido siempre en Bermeo, un pueblo pesquero con profundas raíces marineras, sino porque ha sabido plasmar esa esencia en cientos de cuadros que cuentan la historia de su tierra y de su gente. A sus 80 años, sigue pintando cada día con la misma pasión con la que empezó de niño, cuando en la taberna de su padre, rodeado de pescadores y de cuadros de barcos colgados en las paredes, empezó a sentir “el gusanillo” por el dibujo. Este domingo estará en Telebilbao en el programa Revista Semanal en una entrevista cercana y emotiva.
Desde 1960, año en que comenzó a pintar embarcaciones, lleva un control exhaustivo de cada una de sus obras. Ha pintado más de 478 barcos, muchos de ellos en grandes lienzos que representan escenas históricas del puerto, barcos ya desaparecidos, y faenas que hoy resultan casi irreconocibles. Con una generosidad admirable, ha donado muchos de estos cuadros a instituciones, asociaciones y causas solidarias. Uno de los ejemplos más constantes es su vínculo con el club de remo de Bermeo: “Llevo más de 10 años pintando dos cuadros cada año: uno para el club y otro para el mejor remero.” También recuerda con cariño una de sus donaciones más especiales: “El cuadro de 34 barcos que tuve en la entrada de mi casa durante 40 años. Ese lo regalé a la residencia de ancianos Sancti Spiritus.”
Tiene una memoria prodigiosa, casi fotográfica. Recuerda con precisión los nombres de los barcos, los astilleros donde se construyeron, las esloras, los motores, los colores de las chimeneas. “Los barcos que pintaba entonces los conocía de vista, los veía en el puerto, sabía de quién eran, dónde los habían hecho, todo.” Y cuando no los conocía directamente, se dedicaba a investigar: fotografías, conversaciones con marineros veteranos, detalles que para otros pasarían desapercibidos. “Si un barco tenía una franja verde en la proa, yo tenía que pintarla igual. No podía inventarme nada.”
Su afición al dibujo comenzó desde niño. Asistió a clases donde destacó por su talento y disciplina. A los 13 años ya dominaba el carboncillo, y poco después comenzó a pintar con óleo gracias a unos tubos que un tío suyo le trajo desde África. “Desde entonces, el óleo es lo que más me gusta. El acrílico también lo uso, pero no es lo mismo. Con el óleo puedes dar más profundidad.” Su estilo, aunque autodidacta, ha sido refinado con los años, observando, aprendiendo de los mayores y con una precisión casi obsesiva por los detalles.
Armador y presidente de la cofradía de pescadores
Pero su vida no ha sido solo la pintura. También fue armador y presidente de la cofradía de pescadores. Salió a faenar en diferentes costeras, vivió el oficio desde dentro. “En casa nunca faltó pescado. En la costera del besugo cogíamos de los buenos. Yo regalaba besugos a toda la familia, amigos, conocidos…” Asegura que todo eso le ayudó a entender mejor lo que después reflejaría en sus cuadros. “Un cuadro no es solo un barco. Es una historia, una faena, un momento que muchos ya no recuerdan.”
Habla de Bermeo con un cariño inmenso, como quien habla de su propia familia. Recuerda cómo en los años 60 y 70 el pueblo estaba lleno de vida y de barcos: “En Bermeo llegamos a tener más de 2.400 arrantzales. Era un pueblo marinero de verdad, lleno de actividad.” También destaca el papel de las mujeres: “Las mujeres trabajaban mucho, sobre todo en las fábricas y conserveras. Han sido muy importantes en todo esto.”
Todos los barcos del puerto
Uno de sus cuadros más especiales es un lienzo de dos metros donde representa el puerto de Bermeo en plena actividad. “Ahí están todos los barcos que yo conocí, todos los que salían y entraban en el puerto cuando yo era joven.” También guarda un recuerdo especial de su primer cuadro, el “Nuevo Galerna”, y de uno que pintó por encargo: “Uno que me pidió un viajante para llevarlo a Gernika, del barco Hermoso Higueldo.”
Gabantxo sigue pintando cada mañana, con una constancia admirable. Actualmente está trabajando en un mural donde ha pintado ya 15 barcos y espera llegar a más de 20. “Son todos barcos de mi juventud, que yo vi en el puerto. Quiero que los jóvenes de ahora sepan cómo era esto, porque muchos no han visto ni uno.”
Aunque ninguno de sus hijos o nietos ha seguido sus pasos artísticos, se siente orgulloso de que su familia valore su trabajo. “Ellos no pintan, pero ven lo que hago y lo aprecian. Eso me basta.” Dice que le cuesta desprenderse de algunos cuadros, pero le compensa saber que pueden servir para causas justas, emocionar a otros o mantener viva una memoria que él considera esencial. “Hay cuadros que me da pena regalar, pero cuando sé que van a un buen sitio, me quedo tranquilo.”
220 horas pintando un cuadro
Tiene todo documentado: número de horas dedicadas a cada obra, fechas, características técnicas. Algunas pinturas le han llevado más de 220 horas. “Anoto todo, cada jornada. Pinto dos, tres horas al día. Así, poco a poco, voy sumando.” Y guarda un archivo fotográfico enorme que le sirve de base para representar los barcos con la máxima fidelidad posible.
Se define como autodidacta, pero reconoce haber aprendido mucho de los veteranos: “Los mayores me enseñaron mucho. Me contaban cómo eran los barcos, los vapores antiguos, los colores… Eso no se aprende en libros.”
Mientras la salud se lo permita, seguirá pintando. Porque para José Manuel Gabantxo, cada cuadro es mucho más que una imagen. Es una forma de mantener viva la historia marinera de su pueblo. Su obra no es solo arte: es memoria, legado y homenaje a toda una forma de vida que, aunque esté cambiando, sigue viva en cada trazo de sus pinceles.