La voz que acompaña cada a sábado a Bailando con las Estrellas de Telecinco y que abre cada tarde Agárrate al Sillón, los dos grandes apuestas de Telecinco esta temporada, es una voz vasca. Y no una cualquiera: es la voz de Íñigo Sastre. Nacido en Bilbao, pero balmasedano de corazón, creció en la localidad de la Pasión Viviente más famosa del país. Antes de que su voz llegara a millones de espectadores, Íñigo fue aquel niño tímido que fue nombrado Olentzero txiki por el alcalde de su pueblo, que montó de adolescente una radio en la villa y que pasó por la ya desaparecida emisora de la comarca de las Encartaciones, Enkarterri FM.
Hoy, esa misma voz que cazaba emisoras desde Balmaseda es la que marca el ritmo de dos de los programas más vistos de la televisión, a campañas de marcas como las del Bilbao Basket, Ahorramas, Radio Nervión, Telebilbao o la Korrika de este año. Hablamos con él para conocer de dónde nace esa voz y cómo se vive detrás del micrófono en una final en directo.
Bailando con las Estrellas, presentado por el tándem Jesús Vázquez y Valeria Mazza y producido por Bulldog TV, emitirá en directo en prime time este sábado a las 22:00 su gran final, con Nona Sobo, Anabel Pantoja, Nerea Rodríguez y Jorge González como finalistas.
Vienes de Balmaseda, un lugar con mucha identidad. ¿Qué queda de ese niño vasco en el profesional que eres hoy?
Balmaseda siempre ha sido un pueblo con una fuerte identidad cultural. Sus vecinos y vecinas buscan excusas constantemente para montar algún sarao. Se apuntan a todo, y todo lo convierten en una celebración. Captan siempre, como sabéis, la atención de todo el mundo: Semana Santa, putxeras de San Severino, Mercado Medieval…
Ah, y si tengo que destacar algo de Balmaseda que me haya dejado huella a nivel profesional… Pues se me ocurren las comedias ÑKU, una representación satírica que tenía mucho que ver con lo que había pasado en la villa a lo largo del año, y la revista semanal Clinex.
¿Recuerdas algún momento de tu infancia en Balmaseda que te marcara y que tenga relación con tu pasión por la comunicación?
Recuerdo que, cuando yo era pequeño, el alcalde Suso me nombró Olentzero txiki (se ríe). Yo, que me moría de vergüenza, tenía que hacer entrega —con el atuendo habitual de Olentzero, claro— al resto de los hijos e hijas de los empleados del ayuntamiento los regalos que este había bajado del monte, anticipadamente, antes de coger las vacaciones de Navidad. Os prometo que lo pasaba fatal.
Más adelante, cuando inauguraron las Escuelas Mendia, en 2001, creo —estaba acabando Primaria— los profesores me eligieron para presentar la inauguración del cole con mi compañera Judith. Ella en euskera, yo en castellano. Delante teníamos a la consejera de educación, al alcalde y a media… Guardo buen recuerdo de Fini, mi profesora. Nos metió mucha presión, porque la ocasión era importante, pero aquello salió bien y creo que me picó el gusanillo para ponerme delante de un micro.
Tuve que aprender a leer bien, a apreciar y comunicar el contexto de cada palabra. A memorizar el texto, aunque lo tuviera delante, para no equivocarme. Es, básicamente, lo que tengo que hacer ahora en el programa.
¿Y de la radio? ¿Cómo empezó todo? Porque la tele no era tu meta ni tu objetivo…
Cierto es. La radio siempre ha sido algo muy íntimo y bonito. No tengo hermanos y la radio me ha hecho mucha compañía. Desde que tengo uso de razón, me encerraba en mi cuarto a cazar emisoras de radio. Me las ingeniaba como podía para poder captar mejor las radios de Bilbao desde Balmaseda, cortando y pegando trozos de antena, cables o lo que pillara… En una de estas, con 12 años, descubrí una emisora nueva, llamada Enkarterri FM. Fue una radio local que ya no existe y que cohesionó muchísimo a la comarca de las Encartaciones. Organizaba los sábados un encuentro con oyentes en sus estudios. La gente llevaba aperitivos, los oyentes se hacían protagonistas del programa, pero participando in situ. Era un programa llamado El Txoko en la localidad de Trucíos. Aquello fue, creo, el momento en el que el gusanillo se convirtió en una chispa que no ha parado de crecer.
También tengo recuerdos de escuchar con mi prima, en el Valle de Mena, Radio Nervión cuando teníamos unos 11 años. Una vez quisimos pedir una canción, cogimos prestado el teléfono de mis tíos, pero nos avergonzamos y colgamos el teléfono. Mar y Cielo no nos perdonará jamás. Fuimos nosotros (se ríe). Es broma, sólo llegó a sonar un tono y colgamos.
Llevas tiempo viviendo en Madrid. ¿Qué es lo que más echas de menos de tu tierra… y qué es lo que más te ha regalado la capital?
Diez años, que se dice pronto. El año pasado, de hecho, tuve la oportunidad de hacer una sección en Radio Madrid, de la Cadena SER, hablando de anécdotas de un madrileño de provincias, así lo llamamos. Fue muy divertido y estoy muy agradecido a Carlos Cala por permitirme hacer un contenido muy personal, alejado de la publicidad y los temas que solía tratar.
Echo de menos (qué tópicazo) la gastronomía. Sí. Por lo que sea, a nadie se le ha ocurrido todavía abrir en Madrid un bar de pintxos de verdad. Quiero llegar a un sitio y que, a las seis y media de mañana, haya media docena de tortillas listas, pintxos elaborados… A un precio asequible y con buen café, sin que tenga que ser de specialty coffee. ¿Por qué nadie inventa ese sitio? Si me dan a elegir, que me traigan el Teikenea o el Huevo Berria a Madrid. Pero ya.
¿Cómo eres cuando no estás detrás de un micrófono? ¿Qué te gusta hacer para desconectar?
Otro tópico, ¿no? La cocina, como buen vasco en Madrid (se ríe).
Hará cosa de un año descubrí en Madrid un lugar fantástico, un sitio lleno de máquinas de arcade llamado Next Level, y sin meter monedita. Sólo te cobran la consumición. En general, todo lo que tenga que ver con los videojuegos y la tecnología me define como persona.
Si tu voz no fuera tu herramienta principal, ¿a qué te habría gustado dedicarte?
Fíjate que me costaría dedicarme a otra cosa. Estudié Periodismo en la EHU, pero siempre me gustó todo aquello que tuviera que ver con ordenadores. Hoy, la verdad, mi vida sería muy diferente. O no, quién sabe. No entiendo utilizar la tecnología si no es como herramienta para comunicar, o para pasármelo bien, como ocurre en el caso de las maquinitas que os contaba.
Así es el directo
Todo lo que sucede en el programa se produce en riguroso directo. La voz en off no es grabada, sino que se locuta en vivo. Lo puedes ver en este fragmento, proporcionado por el locutor y capturado de la aplicación Mediaset Infinity.
Eres la voz que acompaña cada gala, pero nunca te hemos visto en pantalla. ¿Te gusta esa mezcla de anonimato y protagonismo?
Me encanta. Se me da fatal salir en cámara. Me cohíbe. Sin embargo, me pones un micro y me vengo arriba. Eso sí, la voz en off no debe ser protagonista por definición. Vestimos la imagen y tenemos que estar presentes, pero en segundo plano. Que el espectador se fije en las coreografías, en los maestros y las estrellas. Pero fue gracioso cuando Valeria Mazza me nombró “la voz de sus sueños”.
El otro día, al salir de plató, me paró un grupo de señoras que salían de ver el programa como público y me reconocieron por la voz. No te voy a negar que me hizo mucha ilusión, pero me sorprendió muchísimo.
¿Cuál es el mayor reto de poner voz a un programa en directo como Bailando con las estrellas?
Hacerlo bien y no equivocarte. Que conviva toda esa tensión, adrenalina y capacidad de reacción a la vez que dices cada frase sin que se note que es en directo, ¿sabes? Que parezca que es una grabación, pero en realidad no lo es.
¿Algún momento en esta temporada donde tuviste que improvisar o resolver sobre la marcha sin que el público lo notara?
Esta es mi segunda temporada en Bailando con las Estrellas y si hay algo que agradezco de cómo se trabaja en televisión es lo increíblemente bien preparado que está todo: tienen medida hasta la última centésima de segundo de programa.
El año pasado hubo un momento en el que Antonia Dell’ate tenía que votar. Llamé al jurado, como hago siempre, y pasaba de todo. Tuve que improvisar, dándole un toque de atención muy simpático, y el público se rió.
En esta segunda edición, hay ocasiones en las que esa espontaneidad está más presente, porque Jesús Vázquez interactúa conmigo de vez en cuando. Creo que mucha gente se ha dado cuenta ahí de que no soy una voz grabada. Cuando mira hacia arriba y pronuncia “Íñigo” pone en valor ese trabajo que se hace detrás de cámara.
¿Cómo te preparas vocal y mentalmente para una gala tan exigente como la final?
¿Vocalmente? Evito el frío a toda costa durante la semana (se ríe). Salgo cada día a en bici a las 6:30 de la mañana con un grado bajo cero en Madrid para ir a la radio. Sinceramente, no sé cómo estoy aguantando hasta la final. Sí que es verdad que procuro cuidarme en casa, bajar la intensidad de las grabaciones, he renunciado a algunos trabajos de locución para centrarme en el Bailando….
Antes de empezar cada programa hago ejercicios de locución que me enseñaron hará unos años mis profesores José Ángel Fuentes y Elena Ruiz de Velasco, dos voces muy reconocidas del panorama audiovisual.
Y los sábados me los suelo tomar con calma. Ir a nadar es mi terapia.
Para la final, la exigencia va a ser mayor, por lo que intentaré tomarme el viernes y el sábado de descanso. Y cocinar, claro.
¿Qué crees que aporta tu voz al ritmo del programa y qué te gustaría que el público sintiera cuando te escucha?
Estamos en un momento clave para nuestro sector. La inteligencia artificial ha venido para quedarse y, como decía el otro día Iker Merchán en una ponencia que habéis colgado en vuestra web, es muy fácil clonar voces, hacer deepfakes y prescindir del talento para elaborar contenidos en Internet. También pienso que se ha democratizado el acceso a las voces, y que ahora hay quien después de probar con una IA, demanda un locutor profesional.
Pero esto es directo. Mi voz, y la de cualquiera de mis compañeros en formatos similares, aporta algo único y que nadie (ninguna máquina) nos va a quitar: que es transmitir emociones reales. La imagen que hay en pantalla, mi voz, y el acompañamiento musical tienen que ir todos a una, alineados en su misión.
No es lo mismo, cuando llamo al jurado a votar, y han hecho un baile “normalito” que cuando Nona Sobo y Max Stryjski se marcaron —a mi juicio— el mejor baile de la edición la semana pasada, por ejemplo. Eso lo tienes que ver: cuando aprecias en pantalla el rostro del jurado, de Gorka, por ejemplo (que también es de Bilbao) y frunce el ceño o no puede controlar su sorpresa, lo sabes: va a poner un 9 o un 10. Entonces, tienes que decir su nombre, «¡¡¡Gorkaaaaa!!!», con todas las exclamaciones que puedas ponerle —porque esto lo vais a transcribir, ¿no? (se ríe)—. Quiero decir: si sabes que van a votar bajito, un 4, un 5… Le pones garra y fuerza justita, pero siempre dando al espectador una entonación impetouosa, para que sepa que está en un momento importante del programa, como son las puntuaciones. En esos momentos, la música que lanza mi compañero Jorge, la voz, las luces y la realización van coordinadas.
Las voces en off en televisión, mucho más populares en los 80 y los 90 que ahora, son el toque premium que solo los grandes concursos tienen. Por eso un formato como Bailando con las Estrellas es un emblema y un icono de la televisión mundial. Es un espectáculo que nos brinda en un solo pack talento del bueno, momentazos de directo y sorpresas, en un mundo en el que las pequeñas pantallas son del todo predecibles.