
En el año 1953, Bilbao vivía una etapa de notable expansión y transformación. Con una población cercana a los 240.000 habitantes, la villa era ya uno de los principales focos industriales del país y experimentaba un crecimiento urbano que no pasaba desapercibido.
La ciudad se extendía a ambos lados de la ría del Nervión, donde nuevas construcciones iban modificando poco a poco su perfil urbano. Entre las obras más destacadas de aquel momento figuraba la nueva delegación de Hacienda, concebida bajo una arquitectura moderna y funcional, acorde con los nuevos tiempos de desarrollo administrativo.
La compañía del ferrocarril de La Robla también dejó su huella en el paisaje con la construcción de un rascacielos, todo un símbolo del impulso industrial y de la verticalidad que empezaba a dominar algunas zonas de la ciudad.
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En los barrios obreros, el crecimiento se reflejaba en la promoción de nuevas viviendas populares. En Santutxu, por ejemplo, se construyeron casas de vecindad que albergaban un total de 226 viviendas, todas ellas equipadas con cuarto de baño y otras comodidades poco habituales hasta entonces. La renta mensual rondaba las 600 pesetas, ofreciendo una solución digna y asequible a muchas familias trabajadoras.
El tejido urbano también se reforzaba en el plano espiritual y educativo. En Enekuri, se levantaba el nuevo templo del barrio, mientras que en Cruces avanzaban las obras de la Iglesia del Sagrado Corazón de María. Por su parte, en Zamudio comenzaba a tomar forma la fábrica del nuevo seminario, destinada a acoger a futuros miembros del clero.
La sanidad pública tampoco se quedaba atrás. Uno de los proyectos más ambiciosos de aquel año era el del hospital del seguro de enfermedad, cuyas obras estaban ya muy avanzadas. Las autoridades sanitarias aspiraban a que se convirtiera en uno de los centros hospitalarios más modernos y completos de toda la península.
Estas imágenes reflejaban con claridad el espíritu de una ciudad que, en plena posguerra, apostaba por la reconstrucción, la modernización y el bienestar de sus ciudadanos. Bilbao, en 1953, era una ciudad en movimiento, que transformaba su paisaje al ritmo de las necesidades y esperanzas de una nueva era.