A las afueras de Durango, junto al puente de Tabira, se alza una cruz que a simple vista podría parecer un simple recordatorio religioso, pero cuya historia es mucho más sorprendente y trágica. Se trata de la cruz de Goico-Errota, erigida hace más de un siglo por un hombre que quiso reparar un accidente mortal que involuntó a una joven y a su propia penitencia.
Origen de la leyenda
Según cuentan los relatos de la época, a finales del siglo XIX, una muchacha acudió al molino de Goico-Errota antes del amanecer. En medio de la oscuridad y rodeada del sonido de las presas y la proximidad del Via-Crucis y la iglesia de San Pedro, la joven se sobresaltó al ver acercarse a un hombre cargado de cadenas, que había decidido aumentar el mérito de su peregrinación al santuario de Urquiola cargando varias cadenas sobre su cuerpo. El susto fue fatal: la muchacha cayó desvanecida frente a la puerta del molino y, a pesar de los esfuerzos del molinero y un facultativo que llegó al lugar, falleció.
El peso de la penitencia
El hombre, vecino de Yurreta, fue detenido y posteriormente absuelto, al demostrarse que la muerte de la joven fue accidental. Aún así, quiso reparar su culpa como pudo y costeó la construcción de la cruz que hoy permanece en la entrada del molino, un testimonio silencioso de aquella tragedia y del peso de la penitencia.
Punto de interés turístico
Hoy, la cruz de Goico-Errota sigue siendo un punto de interés para vecinos y visitantes, recordando una historia que mezcla miedo, devoción y tragedia en los márgenes de Durango, donde los ecos del pasado aún parecen resonar entre los árboles y la corriente del agua.