Una de las anécdotas más recordadas, de aquel día de inauguración fue el gesto del propio Norman Foster. El arquitecto decidió recorrer el metro como un viajero más. Foster quiso vivir la experiencia del usuario común y comprobar, de primera mano las sensaciones que transmitía el espacio que él había imaginado.
Pero no fue el único detalle que dejó huella. Sir Norman estampó su firma en una de las estaciones del trazado: la de Moyúa. Su rúbrica, grabada sobre una de las placas del acceso, permanece allí como testimonio del vínculo entre el arquitecto británico y la ciudad.
A día de hoy, esa firma sigue siendo una pequeña joya escondida del Metro Bilbao, un símbolo de la unión entre arquitectura, funcionalidad y arte urbano.
¡Adelante, pues!
El 11 de noviembre de 1995, a las 11:11, se inauguró oficialmente el Metro Bilbao en un acto presidido por el entonces lehendakari José Antonio Ardanza. Con un sencillo gesto —pulsar el botón de inicio del servicio— Ardanza dio luz verde al suburbano vizcaíno, pronunciando unas palabras que quedaron grabadas en la memoria de muchos: «Emoteko prest dago dana? Bai? Aurrera ba!» (“¿Está todo preparado para ponerlo en marcha? ¿Sí? ¡Adelante, pues!”).
Aquel acto simbólico marcó el comienzo de un proyecto largamente esperado, cuya redacción se había iniciado una década antes. En 1985 se aprobó la creación del Metro de Bilbao y, dos años más tarde, en 1987, se redactó el plan definitivo que sentaría las bases de su diseño. El encargo arquitectónico recayó en Norman Foster, quien fue seleccionado para dar forma a un metro moderno, luminoso y funcional. Sus características entradas acristaladas se convirtieron pronto en un símbolo de la ciudad y fueron bautizadas cariñosamente como fosteritos.
El 11 de noviembre de 1995 se inauguraron las 23 estaciones de la primera línea, entre Plentzia y el Casco Viejo, en una jornada que marcó un antes y un después en la movilidad de Bilbao y su área metropolitana