¿Cómo se ve una catástrofe cuando dejas de ser un espectador detrás de una pantalla y te plantas en el barro para mirarla a los ojos? Esta fue la pregunta que impulsó a la fotoperiodista Garbiñe a embarcarse en un Trabajo de Fin de Grado que, lejos de quedarse en un ejercicio académico, se convirtió en un acto de periodismo comprometido. Galardonado con Matrícula de Honor, su proyecto nació del caos informativo y del deseo de encontrar la verdad humana detrás de la Dana.
Pregunta. ¿En qué momento decides hacer tu TFG sobre La Dana?
La idea nace desde el sofá de mi casa, desde ese punto caótico de recibir bombardeo constante de información de diferentes medios. Era una idea muy loca que tenía revoloteando en la cabeza de decir, pues es que estoy recibiendo tanta información que me encantaría coger mi cámara y plantarme allí para saber cuál es la verdad. Esa idea empieza a tomar forma, a tocar puertas, a llamar a uno, a otro, y acabo plantándome allí.
P. ¿Cómo recibe tu entorno cercano esta noticia?
Pues en general lo que me decía mi entorno era que pa’ qué. Habían pasado diez días, todo eso ya estaba bien, ya habían llegado los servicios, que era un poco una pérdida de tiempo. Y nada más lejos de la realidad. Fue más duro todavía después de ver la realidad, a la vuelta, que la gente siguiera diciendo que todo estaba bien. Lo había visto con mis ojos y sabía que no estaba bien. Entonces fue todavía más duro esa vuelta.
P. ¿Los medios y redes sociales no reflejaban realmente lo que pasaba?
No, para nada. Recibíamos una cosa y luego otra totalmente contraria. Una ya no sabía qué creerse. Todo el mundo puede escribir un tweet y todo el mundo puede subir un vídeo diciendo que en el centro comercial había 300 muertos. ¿Sabes lo que son 300 muertos? Al final eso lo que produce ya no es una desinformación a nivel nacional, sino una desconfianza para esa ciudadanía que está tan perdida.

El viaje emocional y el impacto
P. ¿Cómo definirías tu viaje en este proyecto?
De lo que me esperaba, aquello fue mil veces peor. Verlo allí in situ nos cambió la vida a todos. Es una sensación que te cambia la vida y empiezas a valorar a esa gente, empatizas con ellos. A mí lo que me pasó es que pasaron de ser 229 víctimas a ser Emilio, Héctor, Olga, Francisco, Rodrigo… Una vez que empatizas y les pones cara y te das cuenta de que es gente como nosotros, que ha perdido su vida y que nos podría haber pasado, te cambia un poco el punto de vista.
Está claro que la alerta llegó tarde, que el gobierno ha llegado tarde y que la dimisión de Mazón también llega tarde. Sin duda.
P. ¿Atravesaste algún conflicto en tu trabajo? ¿Sentiste que la fotografía ayudaba?
Me costó mucho encontrar el equilibrio entre sentirme útil barriendo y sentirme útil sacando fotos. Me sentía un poco como observadora neutra que no hace nada. Pero al final la conclusión a la que llegué fue que el que es médico o el que es psicólogo ayudaba a nivel mental, y yo desde mi labor periodística lo que intentaba era encontrar esa verdad y darles voz. Que a mí me venga Rosa que tiene una peluquería y me diga «porfa Garbi, sácame fotos de esto porque alguien lo tiene que contar». Si esas fotos llegan a una persona yo ya he conseguido mi objetivo.
El retorno meses después
P. Vuelves a Paiporta en julio. ¿Cómo viviste este retorno?
Me bajé de la estación, la estación nueva, entera, renovada, y de repente empecé a sentir un olor a barro, un olor de los que recordaba del primer día, y yo ya me emocioné y me puse a llorar solo de los recuerdos que me traía aquel barro.
Lo que comprobé en julio es que hay dos perfiles de víctimas. Está la gente que ha tenido la suerte, o la fuerza de voluntad, o los recursos económicos, de tirar para adelante… lo cual es de admirar. Sin embargo, hay otra parte de la población que no ha tenido esa suerte, que no ha tenido ayudas, que no ha tenido capacidad emocional… y simplemente lo que han hecho ha sido huir. Entonces hay mucho negocio abandonado, lleno de barro todavía.
P. ¿Tienes alguna anécdota en especial que recuerdes?
Una muy destacada es que cuando llegamos a Valencia, el taxista que nos recogió nos dijo que era de Paiporta. Nos contó que aquella noche estaba intentando salvar a la gente y que había un chaval de unos 16 años agarrado a una ventana. Él le dijo «yo te ayudo, agárrate a mí». Pero el chaval no reaccionaba, estaba muy asustado. Llegó un momento en el que se rindió, porque decía «yo aquí también estoy poniendo mi vida en peligro». El taxista se alejó unos metros y al volver la mirada hacia el chaval, este ya no estaba.
El taxista nos decía: «mira, yo no sé si me lo inventé, yo no sé si lo imaginé. Yo no sé si el chaval se tiró al río de la desesperación». Nosotras llevábamos en el taxi cinco minutos y ya fue tocar con los pies en la tierra y decir, vale, esto es real. Y esta gente ha sufrido real y ese chaval igual es una de las víctimas.
El futuro y el reconocimiento
P. ¿Volverás a Paiporta?
Sí, sin duda. En cuanto pueda me encantaría bajar sobre todo para hacer ese seguimiento de un año. Este proyecto no se queda solo en un TFG. Las tres mil fotografías que tengo van mucho más allá del TFG y son un proyecto mucho más grande.
P. ¿Cómo recibes el hecho de ser matrícula después de tanto esfuerzo?
Fue muy raro. Sabía que tendría buena nota, pero no me esperaba una matrícula de honor. Sin embargo, esta matrícula de honor no es para mí, porque el honor se lo llevan todas las personas que me han ayudado a hacer el trabajo. Este trabajo es para ellos, para todos los voluntarios, las víctimas… Y para la Garbiñe de hace un año que tuvo la idea loca de coger la cámara y bajar. De ella es la matrícula de honor.
P. ¿Y qué le dirías a esa Garbiñe del pasado?
Pues que estoy muy orgullosa de ella, estoy muy orgullosa del trabajo que hizo y de tener la valentía de bajar allí con la cámara de la universidad y plantarse allí y decir, voy a ver qué hay. Coger con sus dos ovarios, plantarse allí y empezar a preguntar y poder ver la verdad con sus ojos no tiene precio, porque ahora yo veo la vida diferente. Gracias a ella.
P. ¿Qué te depara el futuro?
Me encantaría poder decir que soy fotoperiodista. Sería mi trabajo soñado. Sé que me voy a dedicar al mundo de la fotografía, y este proyecto también tiene continuidad. No se termina aquí.
