El único comercio de Bilbao que mantiene vivo un oficio casi desaparecido

Lourdes Leoz es la tercera generación de una familia de paragüeros que sigue trabajando con la misma dedicación que hace casi 100 años
Lourdes Leoz y el interior del taller de su paragüería. / Cedida

En pleno corazón de Bilbao pervive un oficio centenario casi desaparecido. Se trata de la Paragüería Leoz, un comercio que abrió sus puertas en 1933. Hoy, tres generaciones después, continúa funcionando gracias a la pasión, la calidad y el trato cercano que ofrece su propietaria Lourdes Leoz, la que hoy es considerada la última paragüera del País Vasco.

A pesar de que el cambio climático, la irrupción de los comercios grandes y los hábitos de consumo basados en «usar y tirar» han ido apagando lentamente esta tradición, esta artesana mantiene viva la llama con un trabajo que combina precisión, técnica y mucha vocación.

Un viaje en el tiempo

Nada más entrar en la tienda, una sensación de haber realizado un viaje 50 años atrás en el tiempo recorre el cuerpo. El propio escaparate que se ve desde la calle Belostikale parece agrandarse en sí mismo. Allí está Lourdes Leoz con su colección única de paraguas: «Este tiene tela italiana, las varillas de este son de fibra de carbono, la tela de estos es tupida y satinada…». No se le escapa ni una, tiene todo bajo control en su pequeño comercio local.

El origen de una tradición familiar

El local permanece en funcionamiento desde 1933. Lourdes es la tercera generación de una familia de paragüeros navarros. Fue su abuelo quién empezó a trabajar en el local. «Según iba aprendiendo el negocio, fue subiendo de puesto». Al fallecer la dueña de aquellos años sus sobrinos quisieron cerrar la tienda, pero al aitite de Leoz le regalaron las mismas herramientas que ella sigue usando a día de hoy. «Vino y se instaló en este local, porque era lo que él sabía hacer». En la década de los años 30 fue un negocio própsero en la Villa.

A día de hoy, la clave de la supervivencia de este pequeño negocio es, en sus palabras, la calidad, un valor que heredó de su padre y su abuelo. Esto se debe a que, al igual que insiste a sus clientes, «reparar un paraguas no solo es más sostenible, sino también más económico que comprar uno nuevo». 

Una rutina entre varillas

Su día a día transcurre entre montar y desmontar paraguas, sustituir varillas, ajustar piezas y recuperar modelos que muchos darían por perdidos. Al llegar, limpia la paragüería y acto seguido, comienza a arreglar paraguas. «Yo vengo, y como soy la única que trabaja, soy la jefa, la limpiadora, la pinche, la administradora…», nos cuenta Lourdes entre risas. 

Asegura que los paraguas antiguos, o aquellos que conservan valor sentimental, son su «mayor reto» y también su «mayor satisfacción». De hecho, ha restaurado piezas para el Museo Etnográfico de Bilbao y también ha recibido encargos de lugares tan lejanos como Panamá o Nueva York.

Un oficio de vocación

A punto de la jubilación, Lourdes Leoz sigue trabajando por amor al oficio. Está convencida de que, aunque la paragüería esté “de capa caída”, la artesanía siempre encontrará a quien la valore. Porque, al final, un paraguas no es solo un objeto útil: es «historia, memoria y también compañía en los días más grises».


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