Quiero contarles historias reales, historias de vida. Son verdaderas, aunque los de nombres que aparecen son ficticios. Al final, todas forman parte de las terapias del llamado pasillo del desahogo. El mismo que visito desde hace quince días y en el que he pasado la otra Navidad. Son pocos metros pero, detrás de cada una de sus puertas del Hospital de Cruces están mundos que se han puesto del revés.
Cuando un familiar enferma, los días se reducen a una habitación compartida con alguien a quien no conoces. Unos pocos metros cuadrados y dos sillas para los cuidadores. Dos visitas a la vez y una televisión por cuatro euros al día que, muchas veces, ni apetece mirar. Las mañanas son, para las familias, horas de dar el desayuno y de estar en el pasillo. Toca lavar al paciente, limpiar la habitación y esperar la visita médica.
Los Reyes
La llegada de los doctores es como si viniesen los Reyes. Los ves a lo lejos, con sus batas blancas, seguidos de fieles enfermeras. Para no molestarles, nos echan del recinto y se cierran las puertas. En una operación ya rutinaria, se genera una especie de competición por situarse frente a la sala donde, se supone, después informan.
Informar no siempre es la palabra correcta. Depende de quién esté, puede que salgas sin haberte enterado de nada o con más dudas que respuestas. El primero de los familiares que llega da la vez al segundo y así sucesivamente, como en la cola de la pescadería, pero sin papeletas. Todos saben que la espera será superior a una hora, eso si hay suerte.
Las historias
En esos pasillos toca terapia de grupo y algunos comparten sus casos. Un chico, que lleva meses con su padre, lleva la palabra resignación dibujada en la cara. Me cuenta que a su aita le han amputado un dedo y se le ha infectado. Los dolores, esos pinchazos que parecen matar, ya son incontrolables. El hombre ha pedido que le corten ya la pierna.
Enma pasa de los cuarenta y tiene dos niños de 6 y 8 años. Luchó contra un cáncer de útero y ganó. Tras más de dos años peleando, cuando se preparaba para volver a trabajar, le detectaron otro cáncer más agresivo. De nuevo en el pozo. Su marido pasa la mayor parte del día con ella, pero ha tenido que volver al trabajo. A los 300 euros gastados en un mes de parking, tiene que sumar el coste de una cuidadora de noche. Enma espera un milagro sentada en su cama, respirando hondo y soportando un dolor que ni el fentanilo consigue reducir.
A Juanjo también le han hecho un agujero en el bolsillo. Este vecino de Durango cuenta que su mujer se cayó en la calle y se rompió el hueso debajo del pómulo. Lleva un mes hospitalizada entre pruebas. Al principio venía en coche; ahora ha optado por el autobús y depende de los horarios.
Tere tiene 85 años. Ella y su marido, Pedro, se hacen cargo de un hijo con parálisis cerebral. A Tere le detectaron un cáncer de mama y tras recibir radioterapia, todo se ha ido complicando. Cada mañana, Pedro, de 87 años, viene temprano para darle el desayuno y regresa corriendo para ocuparse del hijo. Por las tardes, las hijas se turnan como pueden. Llevan tres meses de infierno.
Falta humanidad
Entre enfermeras empujando carritos y esquivando obstáculos, esta mañana ha habido sesión psicológica improvisada con la hija de una mujer de la habitación de enfrente. Anabel suma ya más de cuarenta días en el hospital con su ama. Un aneurisma en el estómago casi se la lleva. Le han hecho un bypass, un circuito complicado desde el hombro que hace un zigzag hasta la zona dañada. Lleva muchos días encamada, sin fuerzas físicas ni morales. Nadie ha venido a intentar que, mediante rehabilitación, pueda mejorar. Simplemente les han dicho que vayan buscando una residencia.
Martín no se separa de la cama de su mujer, que a veces ni le reconoce. “Llevamos juntos desde los 18 años y no la voy a abandonar”. Hace cinco años le diagnosticaron una enfermedad rara heredada al nacer, aunque ha sido ahora cuando se ha manifestado. Toda la familia se ha sometido a pruebas y, aunque los hijos son portadores, no desarrollarán la enfermedad. Una úlcera se infectó tras las curas hasta extenderse por todo el cuerpo. La infección la desorienta y sólo se calma cuando Martín está cerca. “No pienso irme ni llevarla a otro sitio que no sea nuestra casa». Le digo que piense también en él, que no caigan dos, si uno ya no tiene remedio. Creo que no me hará caso.
María tiene más de 70 años y le han amputado la pierna. Llevaba cuatro años luchando por salvarla. Cuatro bypass que no han funcionado. Años sin vida, para nada, o eso cree ella ahora. Está enfadada con el mundo. Aunque el final era predecible, nadie la preparó para que fuera ahora mismo. María se enteró de que la operación no había funcionado por una brusca frase del anestesista. En la mesa del quirófano le dijo: “Que sepas que te hemos cortado la pierna”. Ahí no usó la anestesia. De ahí pasó tres horas en la URPA sin que nadie le explicara nada. No hizo falta: bastó con tocarse y no encontrar nada más allá del muslo para saber que no lo había soñado. Otra asignatura pendiente: el tacto y la humanidad. La psiquiatra fue a verla, pero no volverá. “Tienes bien la cabeza” y se quedó tan tranquila. En breve la mandan a casa y su marido no tiene ni idea de cómo moverla, cómo ayudarla o cómo cuidarla. Quizás eso también quede pendiente cómo receta médica.
En el pasillo del desahogo falta gente. Hay enfermos solos. Es triste darlo todo por los tuyos y después no recibir ni una parte de lo mismo.
Escuchar para mejorar
Si este pasillo sirve para mejorar asignaturas pendientes, pasamos lista por si la leen en Osakidetza:
.Médicos más humanos, que informen con palabras de la calle y no lo hagan en los pasillos dónde todo se oye.
.Especialistas en úlceras o heridas complicadas y continuidad en las curas, coordinación.
.Las enfermeras son el pilar de todo: tratarlas como iguales.
.Cuidar al cuidador y aliviar su economía: parkings más baratos y sillas más cómodas.
.La comida: es triste pensar que, para algunos, pueda ser lo último que coman.
.Un sistema digno de información para familiares, que no parezca la cola de un supermercado.
.Más psicólogos en los hospitales. Hay dolores que no salen en las analíticas y que sus visitas sean privadas, el de la cama de al lado igual ya tiene bastante con los suyo.
.Gracias a la mayoría de enfermeras y auxiliares que escuchan (Nieves, Lucía, Iñaki..) ; las amargadas, que se queden en casa.
.Acelerar los trámites de incapacidad y dependencia: los meses pueden ser eternos y, a veces, llegar tarde.
Mil ojos
Seguro que hay muchas más cosas que pueden añadir a este artículo, mil ojos ven mucho más. Es hora de que contemos lo que vivimos para que los que pueden cambiarlo, lo hagan. Porque en los hospitales se cura, sí, pero también se rompe. Y lo mínimo que se merece quien sufre ,en una cama o en una silla de pasillo, es ser tratado con humanidad. Con tiempo y con palabras que no duelan más que la enfermedad