El Athletic Club ha celebrado hoy un entrenamiento en San Mamés con público. Sí, como tradicionalmente hacen por Navidad el Real Madrid o el F.C. Barcelona, o tantos otros equipos. Alegría, regalos, ilusión; mucho niño, mucha foto, un ambiente de parque temático —en el que los personajes a fotografiar son los jugadores— y que tanto gusta luego vender, para reafirmar nuestro orgullo.
Para rematarlo, el acontecimiento, en apariencia amable, casi entrañable, llega envuelto en ese aroma a “detalle con la afición” que tanto gusta subrayar, en ocasiones, en los edulcorados comunicados oficiales. Pero conviene no perder la memoria, y echar la vista atrás sin miedo. Porque no hace tanto tiempo —aunque ahora lo parezca— la mayor parte de los entrenamientos del Athletic eran a puerta abierta. No eran un acontecimiento extraordinario ni una concesión puntual: eran parte natural de la vida del club, del día a día, de esa relación cotidiana y directa con su gente.
«Un entrenamiento abierto al año no compensa una política sostenida de distancia, ni repara una desconexión»
Por eso cuesta no interpretar este tipo de gestos como una mera operación de maquillaje. Una manera de limpiar la mala conciencia, de buscar la foto, el titular complaciente y el postureo institucional, de llenarnos la boca con palabras grandilocuentes como sentimiento, comunión, fidelidad, cercanía, identidad, cuando llevas años dando la espalda a tus aficionados. Cuando se ha levantado un muro —físico y simbólico— entre el equipo y quienes le dan sentido.
Tiene que quedar muy claro que un entrenamiento abierto al año no compensa una política sostenida de distancia, ni repara una desconexión que se ha normalizado a base de decisiones pequeñas, pero repetidas en el tiempo. El equipo aislado de la afición, en su búnker de Lezama, en su mundo de fantasía…
«La pérdida de identidad no suele llegar de golpe, sino en cómodos plazos»
No es que ya no seamos distintos. Es algo más inquietante: es que cada día lo parecemos un poco menos. Y ese “poco” es muy peligroso, porque apenas se nota mientras ocurre. La pérdida de identidad no suele llegar de golpe, sino en cómodos plazos, para que lo vayas digiriendo y tu estómago no se revuelva, envuelta en excusas modernas, en discursos de profesionalización y en comparaciones interesadas con otros clubes. Hasta que un día miras atrás y descubres que lo que hacía único al Athletic se ha ido diluyendo sin que nadie asumiera realmente la responsabilidad.
Lo más preocupante es que este proceso se consolida con cada presidente que llega. Lo heredado se acepta como punto de partida, nunca como error a corregir. Y así se abre la puerta a perder otro trocito de identidad, y luego otro, siempre en nombre de algo supuestamente inevitable. Y así, para cuando quieres darte cuenta, el camino ya es irreversible. Y entonces, por muchos entrenamientos abiertos que se organicen, la distancia ya no se salva con una foto en San Mamés, que saque pecho, que ayude a tapar la vergonzosa realidad.
«Seguro que, si se lo proponen, hay un directivo dispuesto a defender ante los socios lo indefendible»
Pero quizá, todo cambie, si a algún avispado se le ocurre monetizar también los entrenamientos, y entonces se abran las puertas de Lezama a cambio de un módico precio… Todo es echar cuentas y ponerse a ello. Seguro que, si se lo proponen, hay un directivo dispuesto a defender ante los socios lo indefendible, aunque, cuando no cataba palco ni la planta noble de Ibaigane, lo hubiera criticado con todas sus fuerzas. Así se escribe la historia. No nos engañemos.