Emilio Espiga Vegas, uno de los niños vascos exiliados de la guerra: “Tuvimos una buena vida en Inglaterra”

Cien años de resilencia, memoria e ingenio entre Bilbao e Inglaterra
Emilio en Radio Nervión. / Radio Nervión

Emilio Espiga Vegas, nacido en Bilbao en 1923, es el protagonista de esta conversación que enlaza pasado y presente. Junto a él, sus sobrinas Cristina y Eva, que con sus miradas cómplices y recuerdos compartidos, dan voz a una historia de vida que trasciende generaciones: la suya y la de su hermano gemelo, Federico. A modo de apunte, a lo largo del encuentro Emilio responde en perfecto inglés,  a pesar de hablar castellano. 

Un inicio

Emilio Espiga Vegas nace el 10 de diciembre de 1923 junto a su hermano gemelo Federico. Emilio, al igual que su hermano gemelo Federico, es uno de esos chavales cuyo ingenio pícaro se vuelve una herramienta de supervivencia: “Para calentarse, robaban carbón de los camiones que subían a la fábrica de Echeverría.”, relata orgullosa su sobrina, Cristina. 

Durante 1936 y a causa de la guerra civil española, la vida se complica en la villa de Bilbao. Se dan intentos de enviar a niños fuera de España para protegerlos de bombardeos, hambre y escasez, aunque no es hasta 1937 cuando tienen lugar las evacuaciones masivas. Inglaterra fue uno de las paises que cedió a la presión de activistas y permitió la llegada de casi 4,000 niños vascos. Uno de ellos fue Emilio, que a sus 13 años y junto a su hermano partió en el barco SS Habana desde el puerto de Santurtzi . 

Tras varios días de travesia atracan en Southampton, a 850 kilómetros de su lugar de nacimiento. 

Los años de exilio

Al preguntarle a Emilio sobre los recuerdos de su infancia, responde: «Oh, no sé… No recuerdo», pero un destello recorre la mirada del entrevistado cuando su sobrina Cristina, le pregunta por sus primeros años en el país extranjero.

Ni Emilio ni Federico habían visto una mujer con pantalones… tampoco fumando: “Se quedaban como tontos mirándolas y las chicas inglesas se burlaban de ellos sacándoles la lengua”, rie Cristina. Emilio afirma con una sonrisa.  

En Inglaterra fue trasladado a colonias (hostels) donde los niños vascos vivían con maestras y personal británico. Allí, Emilio descubrió su talento: podía silbar. Esta habilidad le llevo a participar en representaciones teatrales como El Canto del Ruiseñor y conciertos con el objetivo de financiar los gastos de las colonias. Emilio y Federico también jugaron a fútbol con los ingleses: “Eran muy altos, pero se escabullian debajo de ellos y nadie podía cogerles”, relata Eva, otra de sus sobrinas. Emilio añade: Tuvimos una buena vida en Inglaterra. Los ingleses fueron muy amables con nosotros”.

Ambos hermanos regresan con 17 años a Bilbao. Han pasado cuatro años desde su partida. Es su madre quien, por la insistencia de familiares, acaba reclamando a sus hijos. El exiliado se encuentra con un Bilbao bajo el control franquista.

Emilio celebra su cumpleaños número 100. // Cedida por las entrevistadas.

Emilio y Federico, ante la necesidad de ayudar en el hogar y labrar un futuro, se embarca en navíos comerciales donde trabaja como primer camarero. El inglés, aprendido por necesidad, se convierte entonces en una oportunidad. Cuando los capitanes descubren que habla inglés fluidamente, lo ascienden a intérprete.

 «Que como el capitán no sabía inglés, te pusieron… en vez de primer camarero, ¿de qué te pusieron?”, le pregunta Cristina. De intérprete. Hablando mi idioma” responde Emilio. 

Tras dejar la navegación, alrededor de 1944-1945, Emilio y Federico se convierten en emprendedores. La pintura es el primero de sus negocios. Entre los dos crean una empresa que llega a sumar 27 obreros. La demanda es enorme: “Éran los amos pintando. Los amos del negocio”, recuerda Eva con orgullo. Emilio sonrie y asiente. 

El segundo negocio es un bar: El Trío. El primer establecimiento con televisión del barrio. Federico y Emilio no dejaron pasar la oportunidad de comprar una de las primeras televisiones disponibles en Bilbao, un aparato extraordinariamente caro. “Vimos la boda de la Reina Fabiola”, recuerda Cristina. No solo fue pionero con la televisión , también tuvo el primer teléfono doméstico y una de las primeras motos del lugar, una ‘Davidson’, rememora. 

“Y luego pusieron un autoservicio”, comenta Eva. El tercer negocio, uno de los primeros supermercados del barrio y con encargos a domicilio. “Andábamos como tres en un zapato, todo el día corriendo”, ríe su sobrina Eva junto a Emilio, que asiente.

Vida familiar y modernidad

Emilio se casa con una mujer llamada Mari (María). Eva recuerda décadas después los detalles de la ropa que llevaba la tía Mari: «Llevaba una falda y un pantalón a juego, tipo pareo, en azul”. “¿Por qué se quedaran esas cosas tan grabadas?”, se pregunta a sí misma. «Demasiadas historias»,  articula Emilio. 

Llegar a los 100

Cuando se le pregunta cuál es su secreto para vivir más de un siglo, Emilio no sabe responder: «No lo sé». Pero Eva tiene la respuesta: “¿El secreto? Mi madre, hermana de él, la mayor, también murió con 100 años. La genética claramente juega un papel”. 

Emilio solo responde en castellano una única vez durante todo el encuentro: Emilio, ¿qué consejo le darías a la gente joven? «Pues que trabajen… Y que aprendan más, porque cuanto más aprendan, mucho mejor», responde él.

Y así, con 101 años, la historia de Emilio y Federico es el espejo de una generación fracturada que, tras ser evacuada, regresó para reconstruir una vida desde cero. Su vida es un testimonio de cien años de transformación. No es una excepción, sino la regla de la resiliencia: la prueba de que miles de niños vascos no solo sobrevivieron, sino que perseveraron y forjaron vidas plenas. Emilio sigue aquí, contando.


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