
En la vida, como en el deporte, ganar y perder no son solo dos resultados; son dos caras de una misma moneda que, dependiendo de cómo las miremos, pueden revelarnos mucho más sobre quiénes somos que sobre los propios resultados. Este fin de semana, el destino nos regaló un choque de realidades, una de esas situaciones en las que se siente que la gloria y el fracaso caminan de la mano, dispuestos a hacernos recordar que la vida no es fácil. Carlitos Alcaraz, aunque a estas alturas de la película creo que ya podemos llamarle Don Carlos, se coronó campeón de Roland Garros tras 5 horas y 27 minutos de raquetazos, mientras que la Selección Española de Fútbol se desmoronaba en una tanda de penaltis, sucumbiendo ante Portugal en la final de la Nations League.
Dos momentos, dos resultados, dos relatos completamente diferentes, pero con una misma enseñanza: ganar y perder son dos caras de la misma moneda, dos coyunturas en el tiempo que nos enseñan algo importante: la vida no es solo un juego de victorias, sino un proceso continuo de superación. Ambos resultados son necesarios para crecer. Y es la forma en que enfrentamos la derrota la que realmente revela la grandeza de nuestra victoria.
«La vida no es solo un juego de victorias, sino un proceso continuo de superación»
Alcaraz
Empecemos por Alcaraz. Es un chico de 22 años, y ya ha logrado lo que muchos tenistas solo sueñan alcanzar durante toda su carrera. Pero lo que hace aún más impresionante su victoria es que no solo ganó en Roland Garros, sino que lo hizo de una manera que combinaba talento, madurez y una frialdad emocional propia de alguien mucho mayor. El tenis, como deporte, es cruel, y a pesar de la enorme presión que pesa sobre sus hombros, Alcaraz parece no notar ni el peso de la historia ni el vértigo de los grandes nombres a los que se enfrenta.
Su batalla ante Sinner, qué rival, fue espectacular. Lo suyo es puro instinto, es la capacidad de mantenerse en el presente, de dar el 100% sin perder el foco, y ese es un lujo que pocos deportistas tienen. Para Alcaraz, ganar no parece ser una cuestión de destino; parece ser la consecuencia natural de su trabajo, de su terca disciplina y su amor por lo que hace.
La Roja
Ahora, giremos la mirada hacia la Selección Española. Ahí tenemos a un equipo que, al igual que el tenista murciano, está lleno de talento y promesas. El fútbol, como el tenis, está lleno de momentos definitivos, y los penaltis son ese pequeño infierno en el que se juega una vida entera en unos segundos. No importa cuán brillante haya sido el camino hasta ahí, porque al final, todo se reduce a una serie de disparos desde el punto de penalti. En esta ocasión, España, personificada en las botas de Álvaro Morata, no fue capaz de materializar la victoria, y el destino le dijo que no, que a veces, la suerte se inclina hacia el otro lado, hacia Portugal, que lo celebró, lagrimas de Cristiano incluidas, con la pasión que solo un equipo que ha sufrido en su alma puede comprender.
Penaltis
Ni siquiera nuestro Unai Simón tuvo opciones ante los lanzamientos lusos. De ahí que no me gusten la manidas frases de «la lotería de los penaltis» y «lo falla el que lo tira». Miren, si engañas al portero, como hizo Merino, Fernandez o Baena o si le pegas con decisión y colocada como Vitinha, Isco o Neves las opciones de que el balón bese la red son muy altas, mientras que si lanzas un churro como hizo Morata, quien más quien menos en su casa ya lo preveía, pues las oportunidades decrecen de forma exponencial.
«De ahí que no me gusten la manidas frases de ‘la lotería de los penaltis’ y ‘lo falla el que lo tira'»
El contraste es evidente: Alcaraz jugó con la mente fría, mientras que la selección jugó con el corazón caliente. Uno se adueña del presente con su concentración y su valentía, mientras que el otro, tras una serie de decisiones y errores que solo se ven en las grandes competiciones, se quedó con las manos vacías. En ambos casos, el deporte no es solo un reflejo del talento individual o colectivo, sino de cómo cada uno gestiona la presión, el fracaso, la gloria y, sobre todo, cómo se sobrepone al miedo.
El camino hacia la excelencia
Lo curioso de todo esto es que, al final, la diferencia entre ganar y perder es mucho más estrecha de lo que parece. En Roland Garros, Alcaraz ganó, sí, pero ese triunfo no llegó por arte de magia ni por un golpe de suerte; vino tras años de esfuerzo, de superar derrotas, de reconocer sus propios límites para luego ir más allá. Y en la Nations League, España perdió, cierto, pero no porque no tuviera talento, sino porque el fútbol es un deporte donde las circunstancias a veces no están bajo tu control.
Así que, al final, ganar y perder son dos conceptos que se entrelazan en la vida y en el deporte. Don Carlos ha demostrado que el trabajo duro, la disciplina y la capacidad para estar en el presente son las claves para alcanzar la gloria. Y España, por su parte, ha aprendido que, a veces, perder no es un fracaso absoluto, sino una oportunidad para aprender, para crecer, y para continuar luchando. Ambos nos muestran que no hay victoria sin sacrificio y que la derrota, por dolorosa que sea, es solo una etapa más en el camino hacia la excelencia.
Al fin y al cabo, lo importante no es tanto el resultado final, sino lo que hacemos con cada paso que damos en el camino. ¿Ganar o perder? Quizás la respuesta sea que, al final, no importa tanto el qué, sino el cómo.