Me pide una buena amiga que le hable de Robe y, la verdad es que me cuesta mucho hacerlo. Más aún cuando ya está todo escrito. En estos siete días, los medios, las redes, las plataformas y la vida cotidiana se han llenado de homenajes, palabras, imágenes, evocaciones y versos a Robe, por Robe y de Robe. No podía ser de otra manera.
Sin embargo, yo me he quedado muda.
No quiero escribir parafraseando sus versos, no quiero ensalzar sus virtudes creativas divinas (sí, DIVINAS). No quiero evocar las imágenes que sus canciones recrean en la memoria íntima (y en la colectiva). Ya está todo dicho o, al menos, ya se ha dicho mucho y muy bien. Así que hablaré, si me lo permites, de mí y no de él… Perdóname la audacia.
Fue en el viaje del instituto a la Expo de Sevilla, en autobús. Casi 900 km y la vida comiéndonos los pies sin wifi, ni TikTok, ni Instagram, ni ná. Con aquel panorama, las TDK rulaban de walkman a walkman para amortiguar el tedio y esquivar el sueño. Yo llevaba mis grabaciones de Radio Futura (casi seguro; no lo recuerdo con certeza, pero no pudo ser de otra manera) y en ese intercambio canutero cayó en mis manos (mejor dicho, en mis oídos) Somos unos animales, de un grupo de salvajes que se hacían llamar Extremoduro.
¡Madre mía! Desde entonces lo supe, aún sin entenderlo. La cosa es que me aprendí las canciones de cabo a rabo y llegué a la Isla de la Cartuja enganchada de por vida. Pocos años después, Agila les catapultó a la fama y yo me perpetué en mi adicción. Con los primeros acordes de Prometeo entendí al fin que no habría redención posible.
Y fuimos creciendo. Yo, un ser mundano avanzando a trancas y barrancas, y Robe, en las alturas, alumbrándome el camino. Te aseguro que hay un antes y un después en la vida tras escuchar La Ley Innata (2008). Si no lo has hecho aún, átate los cordones y dale al play.
Todos conocemos el resto: varios discos más hasta la disolución de Extremoduro, la polémica con la gira de despedida, Live Nation, pandemia, bla, bla, bla… Mi Robe ya viajaba en otro tren y yo me subí sin dudarlo. Y debo decirlo: el viaje ha sido maravilloso.
Nunca pensé en sobrevivir a Robe y, sin embargo, ahora… ¡Todas sus canciones me suenan a despedida anunciada! El muy capullo lo ha hecho hasta el final. Una vez más su verbo me atraviesa y cada palabra, cada coma, cada acento dibuja mi más íntimo retrato y me deja expuesta a la cruda realidad: la de vivir sin su próxima canción; la mejor (como él siempre decía).
Aún me sorprende su magia. ¿Cómo lo haces, Robe?
Ya no es solo mío y no me importa. Créeme, amiga, el mundo será un lugar mejor si todos escuchamos sus canciones.
Siempre Robe. ❤️